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Adiós a la máscara

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Estamos por decir adiós a las máscaras. –Es quizá un adiós temporal pues covid sigue ahí, así que sigamos las reglas del CDC, Centers for Disease Control and Prevention-.

De cualquier forma parece que pronto nos quitaremos las engorrosas máscaras para respirar, quizás las otras máscaras, las que cada uno de nosotros llevamos nunca nos la quitaremos en esta sociedad del espectáculo y el exhibicionismo.

Buenos, el caso es que sin duda es una buena noticia que en Washington más de la mitad ya estamos vacunados, o en vías de recibir la inyección. Según los pronósticos, para el verano enfrente, pronto volveremos a ser libres del miedo al coterráneo; algo importante, volveremos a sonreírnos en la calle cuando pasemos uno junto al otro; regresaremos el saludo al transeúnte después de un buenas tardes, buenos días, hola señorita, señora, señor, joven, niño…  Al menos eso espero.

En realidad, quizá pasé un tiempo antes de que volvamos a saludarnos de mano, de beso en la mejilla, de abrazo fraterno, de picorete en la boquita, que sé yo. Lo ideal sería que todos regresáramos a la cordialidad que se requiere para convivir en cualquier sociedad.

Colaterales

Además del estado permanente de perplejidad en nuestros rostros y la desconfianza de la situación. La máscara causó a unos y a otros diferentes tipos de irritaciones, infecciones en la piel, salpullido, erupciones, manchas, vello, pero también mareo, vértigo, ansiedad… entre otros síntomas.

En lo particular, una de las cosas que más me molestó de la bendita máscara, fue respirar mis propios eructos un par de veces, sobre todo después de comer una comida picosa y grasienta de una taquería a tres cuadras de mi casa en Columbia Heights que no hacía delivery. Nada más desagradable que el olor que salía por la boca y regresaba a mi nariz con olor a ajo, chile, jitomates, manteca y pipián para convertirse en mi respiración. Estuve a punto de quitarme la máscara y arrojarla bien lejos. Pero me aguanté, como todos aguantamos. Así debió de ser y fue la opción más sensata.

Otra de las cosas que no me gustaron de la máscara, además del sentido de anonimato y aislamiento que genera, fue el hecho de no poder distinguir a las personas. Me di cuenta de lo fundamental que resulta el hecho de vernos a los ojos unos a otros; de lo importante que es reconocer el rostro de los semejantes a nuestro derredor y poder leer sus expresiones, sonreír de regreso a otra sonrisa, a unos ojos amables… De verdad extrañé durante toda esta pandemia la risa de los vecinos, de los amigos, de los abuelos, la sonrisa coqueta de las chicas.

Recuperemos la sonrisa.

Mientras tanto: ¡Salud Mona Lisa mon amour, no dejes de sonreír por todos nosotros!

Alberto Roblest