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Lucha Libre: patadas voladoras y bajo la mesa

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“Se conoce como lucha libre, al deporte donde dos vatos enmascarados de dan en la madre sobre un ring de seis cuerdas”. SMmscarado1Fue la definición de mi entrevistado, que para fines de conservar el anonimato sólo proporcionó su nombre de batalla: Doctor Incognito y cuya máscara llevaba impreso un gran signo de interrogación a la altura de la frente sobre tela plateada. Me acerqué a él en una de esas marchas en contra de las deportaciones a principios de este año y hablamos un poco. A decir verdad no sabía mucho del deporte, menos aún de la historia de la lucha libre y básicamente llevaba la máscara para proteger su identidad de los policías y migras encubiertos que no se cansaron de tomar fotos de todos los participantes. “Yo más que nada vengo a protestar pero no quiero represalias y que me vayan a deportar. ¿Qué si practico la lucha? Pues aquí estoy con todos mis hermanos de causa en contra de la injusticia…”. Recordé al Santo, el superhéroe mexicano que luchó por las  causas nobles y el pueblo en busca de la justicia. El mismo enmascarado que ayudó a que los luchadores se hicieran populares en los 50s gracias al poder masivo del cine.

ANTECEDENTES

Se dice que la lucha libre fue inaugurada por dos italianos Giovanni Reselevich –dueño de una compañía teatral y con antecedentes en el circo- y Antonio Fournier –empresario con conexiones en el teatro- que encontrándose en México en 1900s decidieron hacer un poco de plata promoviendo un tipo de lucha greco romana, mezclada con artes marciales y box, en la que los contrincantes pudieran hacer uso de cualquier forma de ataque con tal de vencer a su contrincante; sin reglas, sin tiempos límites y hasta sin réferis;  de ahí el nombre de lucha libre. Aunque el espectáculo duró poco ya que la verdadera lucha se estaba gestando en las haciendas, en los pueblos y en el campo mexicano donde estalló la revolución al poco tiempo.

El padre de la moderna Lucha Libre es Salvador Lutteroth González, quien de Texas regresa a México para fundar oficialmente en 1933, junto con Francisco Ahumada, la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL)  en la Ciudad de México. Poco después vinieron las categorías, los clubes, los entrenadores, las apuestas y los bandos que se dividieron entre los rudos y los técnicos. Entre los enmascarados y los greñudos. Por supuesto las grandes arenas, entre las que se encontraban la famosa arena México y la arena Coliseo. Durante la década de los 40s y los 50s el deporte se consolida y por supuesto se comercializa como desgraciadamente todos los deportes hoy en día, donde el nombre de la empresa patrocinadora está escrito en letras más grandes que las del propio equipo, como es el caso del futbol.

LA CLAVE DEL EXITO

La clave del éxito de todo luchador, además de sus músculos, sus giros acrobáticos y sus horas de entrenamiento en el gimnasio, es el diseño deSMmscarado2 la máscara, los colores en ella y el aspecto mismo de la capucha. Aterradora, enigmática, amigable, simbólica o fría. Famosas son la máscara del Santo y el Blue Demon que cuentan con unos ojos bondadosos; la del Rayo de Jalisco diseñada en blanco, negro y dorado como los trajes de mariachi;  la del Tinieblas que tiene un antifaz que baja de los ojos a la barbilla y esconde por completo las facciones del luchador; la del Solitario cuyo antifaz negro sobre la máscara dorada se parece a la del llanero solitario del cine y lleva descubierta la barbilla. Las hay con águilas decoradas, pumas, halcones, con estrellas cuyos centros son los ojos, con círculos, triángulos y símbolos arcaicos, aunque también con diseños curvos como la del Huracán Ramírez. Puede usarse una máscara diferente cada noche, como en el caso del Mil Máscaras. La idea es aterrar al adversario, pero también seducir al espectador. Los colores rojos cargan un fuerte efecto de violencia, mientras los verdes son más amigables. Los blancos se relacionan con la pureza y la bondad, los negros con el mal y nombres como Satanás, Demonio Oscuro y Mefistófeles. Mientras los colores chillones con el de los agresivos del ring. Los azules gustan, los colores pasteles están descartados y se reservan a las mujeres luchadoras que entran en la contienda por ahí de los años 60s. Las máscaras pueden llevar símbolos en los costados, a la altura de las mejillas, a la altura de la frente, o en toda el área frontal como la del Enigmático que ostenta un signo de interrogación en color rojo. Por supuesto que hay buenos luchadores que no usan máscara pues padecen de claustrofobia, o consideran que esa son payasadas como alguna vez lo declaro El Perro Aguayo. Los importante es no caer, mantener la testosterona circulando y ganar fans pues de eso depende el cartel; el nombre en letras grandes en la marquesina, algún contrato en alguna película o el enfrentamiento con alguno de los famosos, en una gran arena de Los Ángeles, de Chicago o  de Texas. Nombres reconocidos por la afición: Místico, Tinieblas, Solar, Dos Caras o Doctor Wagner. Que no solamente se distinguen por la máscara, sino también por la capa que usan, los guantes y el pantalón.

LAS PATADAS VOLADORAS

Sin lugar a dudas lo más fascinante del show son las patadas voladoras, la llave china y los rebotones en las cuerdas. Aunque también las maromas en el aire, el piquete de ojos, la manita de puerco, los cabezazos, los rodillazos y los zapes. Lo peor que puede suceder es perder la máscara, quedar rapado por el contrincante en medio del ring si se lucha sin capucha; pues eso implica la humillación de ser el perdedor, la disminución en el número de fans y la exposición pública que significa perder la personalidad incógnita que ofrece la máscara, además de la rechifla del público, uno que otro jitomatazo y el baño con agua de riñón.

Originalmente el ganador no sólo se llevaba la máscara de su contrincante perdedor, sino el cinturón del campeonato, un contrato jugoso para más luchas en mejores plazas y el amor de sus fans que corrían a comprar la máscara de su héroe, las estampillas de colección y los boletos para la siguiente pelea. Además invitaciones para exhibiciones en el interior de la República y en el extranjero. Y por supuesto y sin faltar, los besos dulces de una chica guapa, pues ser luchador tiene sus ganancias, aunque también sus riesgos; lesiones corporales, una vejez dolorosa y a veces daños cerebrales. Dado que el deporte no asegura el futuro de nadie sino se es una gran estrella, de una familia de campeones que ya tengan un trademark asegurado como el del Santo o el del Blue Demon, o un buen manager conectado al Show Business y todo lo que eso implica.

EL MITO

¿Cómo nació el asunto de las máscaras? Los sociólogos y antropólogos sociales afirman que los mexicanos tienen una fuerte fascinación por las máscaras, dado el origen indígena de su cultura –Aztecas, Mayas, Olmecas, etc.- donde el uso de las máscaras de deidades, arquetipos ySMmscarado3 animales estaba muy extendido no sólo en los rituales y fiestas, sino en las practicas diarias como el de la medicina, el arte, o en la educación. Quizá sea verdad y no tengo el mínimo interés en refutar las teorías de los expertos. Sin embargo, retomaré lo que en inglés se conoce como una Urban Legend. El primero en usar una máscara para subirse al ring  no fue un visionario; no un estudioso de las culturas precolombinas; no un mago ritualista; no un japonés que deseaba cubrirse la cara para hacerse pasar por mexicano; no un payaso experto en acrobacias; no un actor de teatro que no quería que lo descubrieran haciendo otro papel que no fuera el de Polifemo en el teatro Colón; no nadie, sino un simple trabajador de un hospital que laboraba en un laboratorio cerca de la prácticamente desmantelada Arena Modelo, misma que se encontraba en la Colonia de los Doctores de la ciudad de México y que uno días antes había visto los carteles de lo que hoy se sabe fue la primera lucha libre en la que participaron el  Chino Achiu, el norteamericano Bobby Sampson, el irlandés Cyclone Mackey  y el mexicanos Yaqui Joe quienes formaron parte del cartel de aquella noche del 21 de septiembre de 1933. Este muchacho, cuenta la leyenda urbana, era feo y además tenía una enorme cicatriz a la altura de la mejilla que le deformaba casi toda la cara; un ojo medio bizco y el labio superior también carcomido por la quemadura de ácido sulfúrico. Este joven, de fuertes brazos y complexión poderosa, se presentó frente a Salvador Lutteroth y le dijo que él quería luchar y subirse al ring para probarse, que le diera oportunidad. Don Salvador lo miró a la cara y movió la cabeza, sintió un poco de vergüenza de decirle que su fealdad era un gran obstáculo y quizá un problema no sólo para los espectadores, sino para el contrincante que quizá se negaría a enfrentarse a él; ya por conmiseración o por repulsión. El muchacho adivinando lo que Don Salvador pensaba, pues el rechazo de todo el mundo era cosa común en su vida desde su fatídico accidente, extrajo de su bolsillo trasero de su pantalón una máscara de tela que el mismo había confeccionado y se la calzó dejando ver una gran sonrisa. La máscara la había cocido el mismo en principio para conquistar el corazón de una compañera de trabajo que recién se había casado con un vecino suyo. Don Salvador al verlo enmascarado sonrió, después rio a carcajadas y un gran foco se le prendió en la cabeza; aquello era lo que faltaba, eso era todo. Sonriendo abrazó al muchacho y lo acompañó a la puerta, aunque el foco de Don Salvador en su cabeza subió de intensidad y pudo ver el futuro.

A decir verdad, nadie sabe si Salvador Lutteroth González, empresario y después rey de la lucha libre, le dio al joven aquel la oportunidad de subirse al ring, si este sabía algo de lucha libre o si contaba con la agresividad necesaria para la profesión. Lo que es un hecho, es que ese pobre joven de grandes ilusiones, rostro deformado por el terrible accidente que había sufrido años atrás, burla de los vecinos y el despreció de las mujeres; con su máscara sentara las bases para un deporte que tiene cientos y cientos de aficionados y seguidores a nivel mundial; genera millones de dólares y hoy día es parte del folclor de una sociedad que se lanza desde el palo alto del ring en vuelo contra otro adversario enmascarado que lo espera abajo para aplicarle un upercut en una arena vacía. O como diría el Doctor Incognito de la marcha en DC: “siempre son mejor las patadas voladoras que las patadas bajo la mesa, las primeras por las menos las ves llegar…

-Alberto Roblest