By hola | Published | No Comments
Antes de la poesía visual pensé que todo eran palabras, palabras atadas a una hoja de papel. Nunca me imaginé que la poesía podría ser algo con que crear ambientes, llenar espacios y ver como puede verse una escultura o una instalación. Sería el año 85, 87 o algo –soy pésimo para las fechas- pero ya estaba en la universidad, eso es seguro. Y como las mejores cosas en la vida mi encuentro con esta “forma literaria” fue por casualidad. Iba yo a la cafetería de la Carpa Geodésica de San Ángel a reunirme con amigos y vi un letrero en el pasillo de la facultad de Filos. “Poesía Visual una experiencia multisensorial”, se leía. ¿Poesía Visual? ¡Qué carajos es eso, valga pleonasmo! Por supuesto que no hay poesía sino no hay imagen. Es mas, cada palabra viene atada a una visión. Digo árbol y en mi mente se forma algo que tiene ramas y es verde y los pájaros vienen y viven en el… Joder. Así que cambié mis planes y fui directo dado que yo mismo me consideraba poeta y andaba haciendo mis pininos en el video experimental.
No recuerdo el nombre del auditorio, pero ahí estábamos un montón de gentes esperando a que las luces se apagaran, dieran la tercera llamada o algo… De pronto y sin más, un tipo que no tenía cara de actor, ni disfraz ni nada por el estilo, subió al escenario, abrió un paraguas negro y se trepó a la mesa de un salto en medio de un silencio expectante. Yo acostumbrado a las lecturas de poesía de micrófono en mano y recitado pomposo, me removí en mi asiento. Acto seguido, el tipo nos miró en redondo, cerró los ojos, se puso unas gafas negras y comenzó a escupir palabrejas en un idioma que no entendía –italiano claro- y los sonidos en su boca provocaron lluvia. Parecía que nos ignoraba mientras recitaba sin parar, cubriendo la mesa a pasos muy lentos de un extremo a otro; intentaba no mojarse dado que llovía sólo para el y el sonido del agua salía de sus bolsillos, posiblemente de una pequeña grabadora. Una vez terminado en murmullos apenas audibles, cerró el paraguas ceremoniosamente, se lanzó de la mesa como quien lo hace a un abismo, lanzó un grito y rodó por el suelo desapareciendo detrás de una cortina… Aplausos. Aquello había sido un poema, el tipo un poeta y la puesta en escena una lectura. Aja, me dije. El numerito me había sorprendido bastante y me sumé a la algarabía. La segunda lectura o puesta en escena que le siguió fue el de una mujer que jalaba hilos de un lado a otro del proscenio atándolos a la mesa y con ellos comenzó a elaborar sonidos a los que daba forma con las manos de una manera precisa y contundente, como si en lugar de palabras estuviera moldeando barro. Por último se enrolló en sus hilos hizo una reverencia y al igual que el primer poeta desapareció dejándonos boquiabiertos… Esta fue mi primera experiencia tangible con este viejísimo medio -atribuido al poeta griego Simmias de Rodas hacia el año 300 A.C quien utilizó caligramas y figuras en sus versos- que hoy en día se ha extendido a casi todos los campos; del arte postal a la pintura y de ahí al performance, la foto, el video y la instalación. Su materia prima: la palabra. Su objetivo ser contundente, resaltar al ojo, el oído y hacerse real en el mundo de las cosas. Me quedé tan picado que me quedé hasta al final con todo y que tenía cita con el amor de mi vida de aquella época, una chica de ojitos lindos… Vamos, no estoy diciendo que era un neófito en el campo de la poesía experimental, pues había yo leído de la poesía concreta brasileña y de Haroldo de Campos, estudiado varios cursos de literatura con Apollinaire a la cabeza, leído a Marinetti el del futurismo italiano y su obsesión por el movimiento y la velocidad, extasiádome con el dadaísmo de Tzara y sus desplantes ambientales, el cubismo polimórfico, más Duchamp y por supuesto a Huidobro a quien leí a fuerza de un padre que pensaba que los libros eran escudos con los cuales podríamos protegernos del futuro, a los estridentistas y por supuesto a Octavio Paz a quien conocí en persona -aunque ustedes no lo crean- y más tarde a Enrique Gonzáles Rojo ya estando en las aulas. Lo que estoy diciendo es que una cosa es saber de las cosas –válgase la redundancia- y otra muy distinta conocerlas en vivo y experimentarlas como debe hacerse con este tipo de poesía más cerca al evento y al happening, que a la lectura solitaria mirando la desolación de la avenida Insurgentes al amanecer… “Ver para leer”. Ver para creer.
Esa misma noche conocí, entre otros artistas, a Araceli Zúñiga y César Espinosa, que en México son los pioneros en el campo de la promoción de este género con más de 20 años organizando la Bienal Internacional de Poesía Visual por la que han desfilado cerca de trescientos artistas de toda el orbe y de disciplinas tan “disímiles” como pueden ser la música y la pintura, el teatro y el collage, la danza y el video, el eco y la expresión verbal. Este dúo dinámico como se les conoce, son los responsables de 10 Bienales y múltiples enlaces transoceánicos –amores y desamores por supuesto- que han enriquecido nuestra cultura y el lenguaje artístico a base de esfuerzo y en muchas ocasiones sacrificio. Dado que se dice fácil y hasta puede sonar sencillo, pero lidiar con un evento de esta magnitud es toda una empresa, pues no sólo significa tratar con los artistas –y sus múltiples personalidades-, sino con autoridades y burócratas de todos los niveles, más la coordinación y logística implicada… Sin mencionar claro esta el amor al arte, la entrega, la resistencia, la re-creación y que sé yo, toda una vida dedicada a este elástico género de los sentidos, aunque también de la conciencia y la semiótica y la cinética y la electrónica y la dinámica, pero sobre todo de la experimentación. Gracias dúo dinámico, bien por ustedes, bien por el arte y claro bien por nosotros. Nosotros los que estuvimos en el público les hacemos una reverencia y les ofrecemos un largo, largísimo aplauso…
Cuando salí aquella noche de la lectura definitivamente mi relación con la poesía había cambiado. De pronto vi el mundo y los objetos como palabras que formaban oraciones y entonces me sentí caminar sobre una hoja escenario en la que todo se reorganizaba con un fin poético, incluidos los sonidos del tráfico, la multitud saliendo del metro y los niños tragafuegos …Miro el árbol y entonces las palabras verdes vienen a habitar a el.
Alberto Roblest