By hola | Published | No Comments
La creación:
El inventor concibe algo, lo construye, lo prueba y lo hace funcionar, esta última parte quizá la más difícil. A veces todo parte de un dibujo, una idea remota, un sueño que va consolidándose con el tiempo a través de algoritmos, fórmulas o razonamientos conceptuales. Concepción, comprobación y el triunfo del eureka son parte de este importante proceso creativo sin el cual aún viviríamos en las cavernas.
Regularmente cuando usamos los aparatos en nuestros hogares, no nos preguntamos quien lo inventó, o como llegó a funcionar de tal o cual manera, menos aún, la relación que mantenemos con dicha “maquina”, o la importancia que tiene ésta en nuestras vidas cotidianas, como en el caso de la televisión a color, frente a la que mucha gente pasa de entre 3 a 6 horas diarias.
Para quienes no sepan, la televisión a color fue inventada por un mexicano, el ingeniero Guillermo González Camarena, un hombre sinigual que desde muy temprana edad comenzó a desarrollar su inventiva, y según sus biógrafos, ya a la edad de 7 años su diversión predilecta consistía en fabricarse todo tipo de juguetes movidos por electricidad. A los 12 años construyó su primer transmisor de radio, más como un juego y transformó el sótano de su casa en un laboratorio. En el año de 1930, se inscribió en la Escuela de Ingenieros Mecánicos Electricistas donde comenzó a interesarse en la transmisión de imágenes a distancia y el potencial que la televisión –hasta ese momento en blanco y negro- podía brindarle. Ya para el año de 1932, a los quince años de edad, construyó su primera cámara de televisión surtiéndose de aparatos descompuestos e inservibles en los mercados de segunda, con piezas electrónicas que él podía re-utilizar. Por esos años, decidió desarrollar su Sistema Tricromático Secuencial de Campos, mismo que decidió patentar, al ver que era posible adaptarlo a la entonces naciente televisión. “Para demostrar su descubrimiento, necesitaba motores sincrónicos de tipo especial, filtros ópticos adecuados, lentes de distintas clases y una lámpara de gas que diera luz blanca. Conseguir todo ese instrumental era imposible para él, pues además de escaso, era demasiado caro. Guillermo no se preocupó mucho por el problema, los motores sincrónicos los substituyó por unos dínamos de bicicleta, los filtros ópticos por celofán de envoltura de varios colores, y las lentes por lupas de mucho aumento. La lámpara de gas fue la más difícil de conseguir; tuvo que andar entre vidrieros construyendo lámparas de vacío, experimentando en las fábricas de neón, hasta lograr la que necesitaba. Cuando tuvo todo reunido, armó su flamante aparato de televisión, y en el año de 1939, demostró su funcionamiento en su casa a su familia. El 19 de agosto de 1940, a los 23 años de edad, le fue otorgada en México y en los Estados Unidos, la primera patente de televisión a colores con el número 40235. Dicha patente se refiere a un sistema Tricromático de secuencia de campos, utilizando los colores primarios rojo, verde y azul, para la captación y reproducción de las imágenes. A partir de este primer sistema, en diversos países empezaron a surgir diferentes procedimientos más elaborados, pero todos basados en su idea original”. En 1943 hizo la primera transmisión televisiva a color empleando sus inventos.
La televisión:
El blanco y negro es aburrido, cansa y da sueño, el color fue la gota que derramó el vaso para bien o para mal y fue la sensación, que digo, música para las pupilas, vida para el cerebro.
Cuando se inventó la televisión, muchos previeron que su señal llegaría a los pueblos más remotos del orbe y gracias a eso podrían educarse las masas, facilitaría el conocimiento, promovería el desarrollo y permitiría que la democracia se desparramara por la faz de la tierra… Para tristeza de todos, sólo algo de eso pasó y nada de lo positivamente esperado sucedió, sino por el contrario. La televisión convirtió a la realidad en un pastiche, al monitor en un aparador de venta, promovió los estereotipos, apoyó la obsolescencia planificada y saturó el espacio hertziano con un cúmulo enorme de banalidades que día a día inundan nuestras casas y el planeta -cabría mencionar algunas excepciones claro, que por supuesto existen-. Peor aún, no educó a nadie, no facilitó el desarrollo y menos aún promovió la democracia, sino por el contrario, afianzó a los dictadores en el poder, a los tiranos y a los demagogos…
Por supuesto Camarena de nada de eso tuvo la culpa, pues los inventores desafortunadamente no controlan los alcances ni los usos de las cosas que inventan. Lo que nadie puede negar, es la genialidad que implica concebir un instrumento como el de la televisión a color, dado que crear algo de la nada es y será, siempre algo sorprendente y valioso.
El reconocimiento:
En 1979 la Agencia Aeroespacial de Estados Unidos (NASA) utilizó el sistema bicolor de Guillermo González para que la sonda espacial Voyager I fotografiara a color el planeta Júpiter. La historia de Camarena –el niño prodigio, el joven inquieto y el hombre visionario- es más que fascinante y muchos consideran que este genio ha sido poco reconocido no sólo por sus paisanos, sino por las compañías fabricantes de electrodomésticos.
Sin embargo, y bien dice el dicho, más vale tarde que nunca. Hace apenas unos meses se acaba de inaugurar el Palacio de las Comunicaciones en Guadalajara, el cual cuenta con tres auditorios, uno de los cuales lleva el nombre de Guillermo González Camarena. De la misma forma, el gobierno de su estado natal, Jalisco, tiene entre sus planes dedicar una calle que llevará su nombre. Definitivamente es importante reconocer el talento, a pesar del tiempo y el olvido, y más cuando se trata de la talla de un inventor como Camarena, que sin duda hizo una importante aportación en el campo de las comunicaciones. En el cincuenta aniversario de su muerte, habría que recordar de hoy en adelante que este aparato fue inventado por un latinoamericano. El 18 de abril de 1965, a los 48 años González Camarena murió en un accidente automovilístico en Puebla cuando regresaba a la ciudad de México.
Alberto Roblest