By hola | Published | No Comments
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*English version below
Honrar a los muertos es una tradición en muchas culturas y religiones en muchas partes del planeta. ¿Por qué creemos en el otro mundo, el inframundo, mundo etéreo, paraíso, o como les guste llamarlo? ¿Por qué se ofrenda a los muertos?
En América Latina es una tradición que viene de tiempos precolombinos y está relacionada con el respeto a la muerte y a nuestros antepasados. Es una forma de convidar con nuestros seres queridos los bienes de los que disfrutamos, pero también de celebrar con ellos los buenos recuerdos que tenemos y compartimos. Es un acto de continuidad familiar que involucra a la memoria y a los sentimientos. Es la creencia en ese otro mundo que no podemos ver, pero sospechamos existe, pues nadie conoce; nadie por lo menos de este lado de la dimensión tangible.
Las culturas precolombinas, “lo veían” como una tierra fértil llena de flores y canales de agua, donde nuestros muertos vivían y convivían con toda nuestra familia difunta. En la tradición católica, es un mundo dual en el que el bien y los buenos, están en el cielo y todo es nubes; y el mal y los malos, que se encuentra escondido bajo tierra y todo es fuego y dolor, denominado el Infierno. -Dante imagina este lugar como un rascacielos enterrado bajo tierra, en el que cada piso corresponde a un grupo de pecadores y un tormento especifico asignado para ellos. En el Mictlán indígena, el cual no incluye el aspecto moral por supuesto, se tiene la certeza de que esta vida es la continuación de otra más allá, que como una cuarta o quinta dimensión se abre para que nosotros entremos al momento de dejar este mundo material, e iniciamos un nuevo viaje.
“Viajamos en el tiempo y en el espacio”, dicen los sacerdotes mayas, pero también los científicos hoy en día, y también lo han dicho los artistas siempre. Somos como aquellos Atlantes de Tula, vestidos con un casco espacial que contiene nuestra respiración, nuestros pensamientos y nuestros recuerdos mezclados con nuestros sueños; dado que esos somos ni más ni menos. Aire, ideas, imágenes y sentimientos.
Celebremos, dado que tarde o temprano cruzaremos la puerta de este espacio, para entrar en otro tiempo, que en definitiva se medirá con otro reloj y se verá con otros ojos.
“Tomad, pues, la palabra, ¡oh!, tú que engendras y pares, nuestra Abuela y nuestro Abuelo, Xpiyacoc y Xmucane; haced que la germinación se haga, que el alba ilumine, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos recordados por el hombre formado, por el hombre creado, por el hombre erguido, por el hombre moldeado. Haced que así sea… La obra está concluida. Así queda ennoblecido el apoyo, el mantenedor (del altar), el hijo de la luz, el hijo de la civilización. He ahí el nombre esclarecido, y honrada la humanidad sobre la faz de la tierra, dijeron ellos…” Popol Vuh, Libro sagrado de los Mayas.
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Honoring the dead is a tradition in many cultures and religions, and in many different parts of the world. Why do we believe in the afterlife, the underworld, an ethereal future, paradise? Why do we make offerings to the dead?
In Latin America, the pre-Columbian tradition offers a way to relate to death and respect our ancestors. Through tradition, we both pay homage to our loved ones and celebrate with them, enjoying all the good memories we have in common. It is an act of family continuity that involves memory and emotion. Belief in that other world—the one we cannot see but can’t rule out either, because nobody knows for sure, at least nobody on this side of things; in this very tangible dimension of life-before death.
The pre-Columbian cultures envisioned the afterlife in a fertile and watery world blooming with flowers and navigated by river channels, where the dead lived together in the same family units, just as they had before departing us. In Catholicism’s dual world, the good go to heaven to live peacefully floating among the clouds, while the bad are banished to an underground hell, where it’s all fire and brimstone.
Dante imagined the inverse of a sky-scraper, where each subterranean floor housed a group of sinners and assigned a specific torment. In the Indigenous Mictlan, which does not contemplate things from such a moral perspective, this life is the continuation of the other; one beyond our meager understanding. A life that exists as a fourth or fifth dimension and opens to us upon departure from this material world. It’s a new journey.
“We travel through time and space,” according to the priests of the ancient Mayan world, as well as scientists and artists, who have always believed similarly that we are like those ancient ones. Like the Antlanteans unearthed at the central Mexico archeological site in Tula, where the ancient Toltecs engraved statues depicting men wearing space helmets. Those helmets contained our breath, our thoughts and dreams, as well as our memories. We are those men; neither more nor less. We are air, ideas, images, and feelings. Celebrate now because sooner or later we all cross the threshold and enter a place where we’ll measure time with a new watch and see with new eyes.
“Take, then, the word, oh!, you who beget and peer into the souls of our grandmother and our grandfather, Xpiyacoc and Xmucane. Allow fertility to take its course and light the dawn. We are invoked. We are beloved. We are remembered. Make it so … and the work is done. Thus, it was said that the keeper of the altar, the son of light and civilization, was ennobled. In the name enlightened and honest humanity on the face of the earth, behold … “ —Popol Vuh, the sacred book of the Maya.