By hola | Published | No Comments
En esta ocasión hablaré del autocinema (drive in) pues ha vuelto a ponerse de moda con esto de la pandemia, el distanciamiento social y el estar lejos lo más posible de nuestros vecinos, pues pueden estar enfermos y ellos enfermarnos, y nosotros a otros en una cadena como la que estamos sufriendo.
Así que como ir al cine es peligroso, los auto cinemas son una muy buena opción para pasarla bien, ver una película en gran pantalla, tomarse un tiempo, reírse un rato, dentro del carro, claro, aunque con otros personas en algo como una convivencia y encontrar una forma de hacer algo fuera de casa después de tanto tiempo encerrado. En estos días, algunas tiendas comerciales han abierto sus estacionamientos para convertirlos en cines al aire libre, lo mismo ha pasado en algunas otras ciudades no sólo de Estados Unidos, sino del mundo. El ya difunto autocinema, volvió a revivir para sorpresa de los que añoramos la experiencia del cine desde nuestro carro. Por el puro afán de recordar les contaré una anécdota de autocinema, por llamarle de alguna forma.
Cuando era niño mi padre nos llevaba al autocinema, digo a toda la familia, por supuesto mi madre y mis dos hermanos, aunque a veces venia la abuela, el tío gorrón, el primo lejano y un par de ocasiones vino con nosotros el gato. El autocinema más cercano a nuestra casa quedaba en la Colonia del Valle, nosotros vivíamos en Mixcoac en la Ciudad de México, así que el asunto era muy cerca y la pasábamos bien. Lo bonito yo recuerdo, era el convivio familiar que se desarrollaba dentro del auto. Había por supuesto también los novios que venían al autocinema a darse besos, el grupo de jóvenes a beber cerveza sin tener la edad, el solitario deprimido hundido en el asiento como si fuera a una velocidad de 100 millas por hora en un tramo de curvas, qué sé yo.
De acuerdo a los sociólogos, el automóvil es una extensión de nuestra casa. En él nos sentimos seguros, nos protegemos de las inclemencias del tiempo y además tenemos independencia, pues somos móviles. En lo personal no soy muy dado a los autos hoy en día y abogo por uso de bicicletas eléctricas y espero algún día haya biciclo-cinemas, pero sigamos con la historia.
Recuerdo que mi madre llevaba sándwiches, así que sólo comprábamos refrescos y dulces en el kiosco del cine. Sí mi mente no me engaña, este era un rombo de concreto y cristal de dos niveles ubicado en el centro del autocinema, obviamente en el segundo piso se encontraba el proyector, con su respectivo proyeccionista, claro. En la cafetería vendían tortas, sándwiches, hotdogs, palomitas, etc y refrescos. A espaldas estaban los baños, además las cabinas de teléfonos y los bebederos de agua.
Como ya dije, no vendían bebidas alcohólicas en el kiosco y teóricamente no estaba permitido llevar alcohol, aunque la gente en sus autos llevaba lo que quería, así que no faltaba los que salían a gritos, los que chillaban de berrinche, los que abriendo la portezuela del automóvil vomitaban a bocaradas sin pena alguna. No faltaba tampoco el drama, ni en pantalla ni en la vida real; la chica que azotaba detrás de sí la portezuela del auto y se iba caminando rumbo a la salida echando pestes, un novio golpeando el volante como un orate, había de todo. Desde eso, hasta mi abuela que una vez llevó dos grandes ollas de comida y no sirvió en platos, a todos, como si estuviéramos en casa y comimos un rico caldo tlalpeño.
Mi padre pues no fue un santo, verdad, así que tenía un par de cervecitas por ahí guardadas. Mi madre se quitaba los zapatos y subía los pies sobre el tablero, repartía las palomitas hechas en casa, las tortas y nos obligaba a guardar silencio; aún hoy en día le molesta que hablen cuando mira una película. En ocasiones mis padres hacían bromas, se divertían y durante el intermedio nos dejaban bajar del auto como a muchos otros niños y nos permitían ir a jugar a un área empastada justamente abajo de la gran pantalla. En este jardinzote -separado del asfalto destinado a los autos por un escalón-, se organizaban cascaritas de futbol, las niñas brincaban la cuerda, los más pequeños se carreteaban unos a otros, que sé yo. Esa noche que les cuento mi padre salió del automóvil y vino a nuestro encuentro al inicio de la segunda parte, y nos tumbamos todos juntos a ver el film en cenital. En un punto, lo que se proyectaba en aquella gigantesca pantalla y la luna que emergió de pronto en el cielo coincidieron y todo como una sola imagen entró a mi campo de visión. Desde ese momento, hasta el fin de la función, la luna se convirtió en protagonista de mi propio filme…
Los autocinemas de aquella época eran gigantes estacionamiento con divisiones y pequeños montículos de concreto donde se subían los automóviles. Fueron populares casi desde su nacimiento en 1933 en Camden, New Yersey, aunque su época de expansión y auge va de 1940 a 1965 en USA, y en Latinoamérica -siempre un poco atrás-, llegó hasta el inicio de los 80s.
Cada uno de estos lugares, marcado en el piso con pintura, contaba con un tubo al piso donde tenía una bocina desde la que se escuchaba el audio. En algunos lugares la bocina era desmontable y podría introducirse al carro, a través de un cable, claro. Obviamente el sonido no era el mejor, pero mal que bien podía ser escuchado sin problema, algunas bocinas incluían un botón de volumen. En las “nuevas salas” no se padece del asunto de la calidad de audio dado que gracias a la tecnología el audio del film y se puede escuchar en nuestro propio sistema de radio del auto, o ser reproducido a través de un Bluetooth en una bocina portatil.
De esas cosas que producen nostalgia, el autocinema es una magnífica opción para los que tienen auto y quieren pasar un rato tranquilo, disfrutando de un filme en compañía de un amigo, un amor, la familia entera.
Para guardar la distancia: la cercanía.
Alberto Roblest