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Después de una divertida fiesta de doce años por la existencia de Hola Cultura, regresamos a nuestra programación de los lunes, cuando publicamos en español.
En esta ocasión, un cuento de Álvaro Sánchez relativo a la violencia como espectáculo, como diversión y pasatiempo, pero también como negocio. Desde estas líneas condenamos los ataques al pueblo palestino y el beneplácito de los poderosos por esta barbarie.
Los Suicidas del Último piso
Nadie sabe en qué momento se volvió una moda. Súbitamente las redes sociales se llenaban de grupos en los que se hablaba de los suicidas del último piso, en el antiguo edificio situado en la parte más vieja de la ciudad. Anuncios clasificados aparecían de vez en cuando en el diario oficial anunciando los próximos saltos. Uno podía acercarse a escasas cuadras del inmueble y se podía observar las largas colas que hacían las personas en la calle para entrar. Se había convertido en todo un fenómeno en la ciudad.
Y no faltaron los que lucraron con eso. Algunas señoras se adueñaron de las calles con sus puestos de café, atol, panes con pollo o carne. Enchiladas y tortillas con chicharrón, también. Solían llegar a partir de las seis de la tarde. Esa era la hora cuando las personas empezaban a llegar para hacer la larga fila, y muchas veces, para pasar la noche entera cubiertos con frazadas para aguantar el frío de la noche.
También estaban los fotógrafos que ofrecían sus servicios para registrar el momento del salto. Sus servicios incluían desde la impresión digital, enmarcado y la entrega a domicilio del producto a la casa de los familiares de la persona que había realizado el salto. A toda la gente le emocionaba tener en su sala una foto, bellamente enmarcada, de sus parientes lanzándose desde lo más alto del edificio. Así podrían hablarles a sus hijos, sobrinos y nietos acerca de lo maravilloso de tener una fotografía que registrara ese último momento; como si se hablara de nuevos récords en los saltos de trampolín de los juegos olímpicos.
Pero no todo era felicidad para las personas. Estaban los que tenían que levantar y limpiar los restos de todos los caídos. A primera hora por las mañanas, salían para asear las calles y las aceras de cuerpos explotados, cabezas hechas trizas, tripas y sesos esparcidos por todo el pavimento. Y, aunque eso les molestaba, no podían evitar que toda esa gente fuera a ver el espectáculo.
Los oficinistas trataban de salir lo antes posible, procuraban no perderse ni un segundo de la exhibición de todos esos cuerpos volando por los aires, minutos antes de volverse puré en el cemento frío de la noche. Secretamente, armaban quinielas para apostar quién sería el próximo en saltar en sus lugares de trabajo. Así se entretenían un poco más. Todo era un show perfectamente armado, de hecho, hasta la televisión local había mandado a uno de sus presentadores de moda. Realizaban reportajes de lo que sucedía con todas estas personas.
Los interrogaban acerca del proceso para unirse a los suicidas. Y la gente emocionada frente a la cámara, con el rostro iluminado por las luces del equipo de entrevistadores, explicaban que lo único que tenían que hacer era llamar a un número en el que la voz de una amable señorita, les toma la cita y así conseguir un lugar en la fila al día siguiente. Tenían que recibir un número y mientras esperaban por él, una música agradable sonaba en el teléfono.
Luego de un momento se escuchaba la bella voz de la señorita y les daba el número de su turno. Entonces con eso reservado podían llegar al siguiente día. La gente sonreía y mandaba saludos por la cámara a sus padres, hermanos, saludaban a sus madres pidiéndoles que por favor no se perdieran el salto. Que seguro lo pasaban en vivo por televisión. Otros pedían que en sus lápidas grabaran en número de visitas que había tenido su lanzamiento en YouTube.
JUAN CARLOS GALDAMEZ 124,589 views.
Los más excéntricos, contrataban mariachis y mandaban hacer playeras con fotos de sus rostros con citas bíblicas. Les ilusionaba saber que su cuerpo reventaría en el asfalto mientras sus canciones favoritas eran tocadas y cantadas a todo pulmón. A muchos les conmovía ver cómo familias enteras se abrazaban bañados en lágrimas, mientras se despedían de sus familiares. La escena les inspiraba a tomar el teléfono al día siguiente y hacer la llamada para reservar su lugar.
Los saltos aún siguen y cada vez más gente se une a esta nueva moda, todos quieren llegar al último piso. En otros países empieza a popularizarse la idea. Después de todo, para muchos la felicidad sí existe, y sigue siendo posible mientras exista una manera de escapar para siempre de esta ciudad.
Álvaro Sánchez
Alvaro Sánchez. Artista visual y escritor nacido en la ciudad de Guatemala. Su obra ha sido expuesta en países de Europa, Asia y América. Gran parte de su trabajo se basa en la técnica mixta. Ha publicado el libro “Mañana Muerta de Domingo” (Editorial X). Algunos de sus textos han aparecido en Revista USAC (Universidad de San Carlos de Guatemala), en las antologías: “Microterrores VI” publicada por Editorial Diversidad Literaria (España), y “Territorios Olvidados: Quince cuentos del triángulo norte y uno más al sur” publicada por Editorial X (Guatemala). En su dirección de Instagram usted puede encontrar más información en @sancheisdead