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*a Tomás Rivera
“Vamos tapando el hoyo, hasta que ya no hay forma de taparlo y te metes en él...”
Eso le había dicho el anciano que le había pedido hacerse cargo de la situación.
Miró el valle. Ni un solo árbol ya, solo yerbajos, tierra estéril, un silencio brutal. Aún recordaba que alguna vez esto había sido un gran bosque donde un gran río corría y los animales hacían casa; de hecho no hacía mucho tiempo de eso.
No había nada, más que montoncillos de tierra de hoyos tapados, algunas tumbas, silencio.
Dejó la pala clavada en el montículo de tierra del hoyo que recién había tapado y se sacudió las manos. Se limpió el sudor en la frente. Miró el sol encima… brutal.
El caso era impedir que saliera el mal, al menos eso le había dicho el viejo, aunque nada le había mencionado del futuro… quizá por eso no le preocupaba, este era su presente y a él debía abocarse. Miró un nuevo hoyo hacerse y corrió hacia él con intención de rellenarlo con tierra, lo más pronto posible, antes de que se hiciera grande.
Se dio a la tarea sin intentar indagar muy en la profundidad; a paladas, una tras otra, paleando tierra con desesperación, para que el hoyo no lo dirigiera, para que no tuviera que acabar en él.
Alberto Roblest