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Bibliotecas hay muchas aunque siguen siendo pocas en este mundo tan saturado de incultura y banalidad, y estupidez y realidad televisiva.
Bibliotecas antiguas, como la de Alejandría o la de Grecia. Bibliotecas respetables por los documentos que guardan como la de New York o la del congreso en Washington DC. Otras Algunas espectaculares por su arquitectura como la de Roma o la de París. Otras más, orgullo académico como la del Massachusetts Institute of Technology MIT, o la de la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM. Y algunas otras claro, por ser ejemplo de resistencia social, ya que a pesar de todo y todos, continúan existiendo en los barrios pobres del Tercer Mundo, donde son fundamentales.
Las bibliotecas, todas sin excepción, son respetables centros del saber y la imaginación, un homenaje a la cultura y la inteligencia. Para recorrer algunas bibliotecas se necesitarían varios años para familiarizarse con su contenido, y toda una vida para leer los libros en su interior. La biblioteca es el producto de la idea basica, de que el conocimiento debe ser para todos pues es un legado de la expresión humana y un tesoro de la cultura.
Bibliotecas portentosas, grandes, medianas, pequeñas, hasta llegar a la mini biblioteca.
Estas son unas pequeñas cajas, físicamente colocadas en la calle donde todos podemos aportar o tomar un libro, hojearlo o regresarlo si queremos. Aquí no hay alarmas, vigilantes y menos aún se necesita de una tarjeta con nuestra información impresa.
La mini biblioteca es una puerta abierta y una invitación a la lectura. Libros sin código de barras, libros usados, subrayados, sobados, desgastados de tan leídos, pero al fin libros del vecindario, del vecino.
En Adams Morgan existen dos de estas mini bibliotecas y regularmente hacemos uso de ellas; tomando libros, dejando libros, en inglés y español claro está, aunque también hemos visto libros en francés, alemán, italiano, portugués y ruso.
Los libros son herencia de todos y un bien común que debe compartirse. Las mini bibliotecas son una forma comunitaria de compartir el conocimiento y tenerlo al alcance de todos, inclusive para aquellos que no tienen documentos, o que tienen miedo de los grandes edificios monumentales.
Mi aportación mayor a las dos mini biblioteca de mi barrio, han sido algunos libros de poesía, y yo he tomado al menos dos novelas fantásticas, una de García Márquez y otra de Fuentes, que una vez terminadas de leer regresé a su sitio y he vuelto a ver de regreso en por lo menos tres ocasiones, lo cual me da mucho gusto pues han servido a más de una persona y espero que siga visitando las casas de mis vecinos latinos en Adams Morgan.
Leamos, es el mejor regalo que podemos darnos, y la mejor herencia que podemos darle a nuestros hijos. Como dice Emily Dickinson: “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”.
Alberto Roblest