By hola | Published | No Comments
Literatura Mínima
Tuvimos una gran pelea sobre el dinero y eso derivó a las mismas disputas de siempre: cómo mantener la casa limpia, alejar a las malditas cucarachas de la cocina y por qué debían meterse los trastes sucios a la máquina lavatrastos antes de irnos al dormitorio. Aquella noche se pintó una línea imaginaria en nuestra cama que nos mantuvo a cada quien en su lado. Al día siguiente y como el dinero no crece en los bolsillos, volvió a salir el tema de la plata, las cuentas que seguían acumulándose en la cesta de la entrada de la casa. Mi argumento fue el mismo, que carajos quería que hiciera si el salario no da para más, el trabajo es una mierda y el maldito sistema capitalista está más podrido que nunca; los ricos ganando más y el resto, todos, muriéndonos de hambre. Su respuesta fue que por qué no buscaba yo otro empleo entonces, y de ahí las cosas saltaron, nuestras voces cobraron intensidad y salieron a relucir las palabrotas. Esa noche pinté una línea con el dedo sobre la sábana y me mantuve en mi área sin moverme. Nuestra dieta por supuesto fue más pobre, dejamos de comer carne. Ya antes habíamos dejado de consumir pescado, los paquetes dentro de la alacena se redujeron a bolsas de pasta, de garbanzos y habichuelas. Comíamos en silencio uno frente al otro, como si estuviéramos cumpliendo una manda, ni rastros de verdura en el refrigerador y ni siquiera el olor dulce de una manzana o una naranja. ¿Qué hacer cuando el salario de dos personas no alcanza para mantener a dos personas? Seguro algo anda mal en el sistema tributario, o al menos, en el de los valores. Por varios días el silencio fue nuestro compañero y la mejor forma de mantenernos juntos sin llegar a ofendernos. Noté que me sentía molesto con ella, su presencia comenzó a exasperarme, y supuse que el sentimiento era recíproco, pues lo que siente uno el otro igual, el caso es que la línea en nuestra cama fue haciéndose más y más profunda y ancha. Una noche de regreso del baño me di cuenta de algo, era amplísima y en ella habían crecido yerbajos, y el eco rebotaba en las paredes. Me metí debajo de las cobijas y noté que algunas alimañas comenzaban a alimentarse de nuestro odio, y el espacio árido entre lo que fue primero una zanja y después una hondonada, era tan gris y deprimente que bien hubiera podido filmarse una película de vaqueros, u otra de horror; en la que el malo hace agujeros para enterrar los cadáveres de sus víctimas.
Las malditas cuentas no cesaban de llegar y apilarse como una pirámide, las llamadas telefónicas de nuestros cobradores también hasta que por supuesto cortaron la línea. En los diarios informaban de un 40% por ciento de desempleo en el país, de protestas en otras ciudades, de marchas, de gente ofendida no sólo con los políticos, sino con los ricos dueños de las pocas fabricas que quedaban y de los edificios, como en el que vivíamos y por el cual pagábamos renta, bastante alta por cierto, contando el estado deplorable del lugar. Comer pasta y habas no resultaba tan mal, tomando en cuenta que había gente que no tenía para comer; se hablaba de una madre que había empezado a alimentar a sus hijos de pasto, mismo que se robaba del parque, hervía y lo servía como sopa a sus pequeños, en la foto los niños lucían con los ojos hundidos y llorosos. Me congratulé de tener el empleíto de mierda aquél. Aquella noche mientras cenábamos, le comenté a mi esposa el caso de la valiosa madre y de la suerte de nosotros que aún podíamos ir a la tienda a surtirnos de pasta, castañas y aceite barato de cocina. Su respuesta fue que eso no denotaba sino mi mediocridad y mi falta de coraje. Le increpé, acaso quería que saliese con un cuchillo y asaltara al primero que pasase. Me dijo que por lo menos eso sería un acto de coraje, y no el tipo pusilánime en el que me había convertido, dando gracias a dios por la comida barata que nos metíamos a la boca. Aquella noche la grieta se amplió a lo ancho y en lo profundo.
Los economistas mantenían sus teorías, los funcionarios afirmaban que su plan de austeridad funcionaba, sin reconocer claro que era un plan aplicado sólo a la población pues ellos no habían dejado de meterse gordos trozos de sirloin steak a la boca, o de beber sus buenos vinos del rioja. ¿Dónde estaba el dinero? En otra página del diario que leía mientras iba al trabajo, una notita ahí metida en la esquina entre un enorme anuncio de ropa y el reportaje gigante del rey de cacería en África con las infantas, era que a los policías y otros miembros de las fuerzas armadas se les había subido el sueldo apenas un 20% por ciento, nada claro, comparado con la gran labor que cumplían; proteger los bancos, los edificios gubernamentales, los grandes almacenes y los museos patrimonio del país. No se mencionaba por supuesto sofocar revueltas, golpear estudiantes, líderes sindicales y secuestrar gente inconforme con las políticas que sólo benefician a los millonarios. Aquella tarde, después de un día duro de trabajo, tuvimos que tragarnos el discurso del gerente de la empresa en torno a aumentar la productividad y la eficiencia, puso de comparación a los chinos que hacían lo que nosotros en un día, en un par de horas. Rumbo al metro me tocó ver gente corriendo, un hombre con la cara manchada de sangre y a unas chicas llorando el gas lacrimógeno. No es que no quisiera protestar, o gritarles a los corruptos políticos que eran unos parásitos empleados de las grandes corporaciones, pero la verdad es que después de mi jornada salía muerto, además sin plata extra; aquello de irme a tomar una cerveza con los compañeros había quedado atrás. Así que como un conejito apaleado, me iba a mi casa hambriento a llenarme la boca de harina. En casa me esperaba la noticia de que habían subido la renta, mi antojo por garbanzos había quedado como una idea, un gran plato de pasta desabrida me esperaba en la mesa, pronto habríamos de alimentarnos de pasto o cucarachas fritas como varias gentes que conocíamos venían haciendo. Nos metimos a la cama iluminados por velas, y ocupamos cada uno su lugar en la meseta que nos separaba. En un punto en la noche quise gritarle y decirle que no sólo el hambre, sino también la separación entre nosotros era parte de la táctica política tanto del gobierno, como del sistema. Quise gritarle eso, lo lancé con todo el aire en mis pulmones, le expliqué además, no sólo con ademanes, sino desgañitándome, que aun la amaba, la amaba locamente… pero la brecha en aquel enorme cañón era inmensa ya, y mi voz apenas audible por mí, se quedó sin aire.
*A los indignados
Madrid España 2014. Alberto Roblest