By hola | Published | No Comments
Seis hombres de trajes elegantes sonríen. Un objeto gira el centro de la mesa dónde se bebe whisky y coñac fino. Todo es caro. Hay objetos de marfil, plata y oro macizo; como estatuas, ceniceros y lámparas, sobre mesas de diseñador. Objetos de colección, libreros con libros únicos y sobre la chimenea un ángel de buen tamaño hecho de marfil. El reloj sobre la pared es también de oro, los muebles de caoba y los sillones están cubiertos de piel de antílope. El arte colgado en el cuarto es de grandes artistas, entre los que se observa un Degas, un Van Gogh y un Dalí. Los hombres ríen a carcajadas, cómo barbajanes, de chistes sexuales, racistas y homofóbicos. Fuman puros aromáticos mientras observan fascinados como el objeto aquel, gira precipitadamente sobre la mesa a una velocidad vertiginosa. Se ven tranquilos, llenos, rebosantes de felicidad, triunfo y éxito. Son quizá los hombres más felices y más poderosos de la tierra. Son parte del club selecto y secreto, ubicado en una locación indeterminada en un bunker varios kilómetros bajo tierra en cuya superficie se haya un campo de golf.
Desde el punto de vista del objeto, todo da vueltas. Primero es una simple raya blanca, después colores, más tarde una imagen borrosa que comienza a adquirir formas. Es un gran salón que poco a poco cobra vida, hasta definirse como un lugar ostentoso, donde seis hombres, doce pares de ojos, treinta dedos anillados, lo ven como su objetivo mientras brindan.
El objeto se detiene poco a poco. Es una pistola con dos cañones, dos gatillos y doce tiros en el cilindro que queda estático en el centro de la mesa, ante la algarabía y el júbilo de los ahí presentes. Es una hermosa arma sin duda, lustrosa y negra cómo un ave, de delicado diseño, aunque pesada, con dos ojos grandes. Un instrumento letal sin duda, aunque único.
Los vasos chocan en lo alto, en medio de un gran alarido, gotas de coñac se esparcen por todos lados. La poderosa arma, ahora, es un cíclope de pupilas negras que mira impávido a su alrededor sin parpadear, es un objeto ansioso dispuesto a servir. Hay quien está dispuesto a poner más dinero en la siguiente apuesta. “Cien hombres más”- dice una voz que coge las fichas sobre la mesa y las agrega a su montón.
Alberto Roblest