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Este año se cumplen 100 años del manifiesto surrealista, uno de los documentos históricos relacionados con el arte más importantes que se hayan escrito en la historia del arte, claro, quizá sólo después del “Tratado de la Pintura” de Leonardo Da Vinci.
Escrito por André Bretón en 1924 durante un sueño, e influenciado por el Dadaísmo, este texto invita a la locura. Pero a la insania creativa, no a la locura con armas, tanques, asesinatos, bombas, dolor, llanto, sangre, muerte. No, la otra, la que viene del otro lado del cerebro, donde todo vuela y es libre como las aves y las mariposas; donde las ideas se forman solas, y de las manos salen imágenes que se convierten en símbolos.
Imágenes de sueños, personajes y paisajes que parecen de un mundo mágico. Ideas hipotéticas, lo opuesto al realismo ya que da cabida a lo inexistente, a lo que no se ve, pero está ahí en la imaginación; y en esa parte primigenia y profunda que todos nosotros compartimos, cuando el primer hombre pintó las paredes de la caverna en la prehistoria, y plasmó ahí unos animales corriendo, a otros hombres peleando entre ellos, y otras escenas diferentes. El surrealismo, no copia lo que ve, dice el señor Bretón, lo extrae de los sueños, recordemos que estaban muy de moda en su momento las ideas de Freud y el descubrimiento de la psique.
Imágenes oníricas, ruptura con el espacio y a veces con la perspectiva, incongruencias, alteración de la semántica, y sobre todo, fantasía, a veces delirante. Solo basta ver las pinturas de Salvador Dalí, Pablo Picasso, Joan Miró, Leonora Carrington, Remedios Varo, o Frida Khalo, entre algunos otros grandes artistas plásticos del Siglo XX, aunque el alcance del Manifiesto va más allá, dado que tuvo feudo en todas las bellas artes. “Un Chien Andalou” (1929) de Luis Buñuel, es un ejemplo clásico de cine surrealista. O “Parade” (1917) de Erik Satie, el ejemplo a escuchar de música surrealista. Poesía, teatro, novela, video, instalación, lo que se les ocurra.
En fin, levantemos nuestras copas, brindemos y celebremos la publicación de este texto tan importante, y de este movimiento tangencial e influencial en la historia del arte. Sin el surrealismo, sencillamente el arte contemporáneo no sería lo que es hoy. Sencillamente experimental, a veces banal, claro, comercial sin duda. Bananas pegadas con tape a la pared; pelotas doradas que parecen muñequitos infantiles; rayones, escupitajos y pedazos de basura en un lienzo en blanco; y otros tantos estilos y ejemplos que se han desarrollado a partir del surrealismo.
El manuscrito original de este Manifiesto de 1924 fue rescatado por el Ministerio de Cultura de Francia en 2017 desde una subasta entre particulares, declarándolo «tesoro nacional», y hoy en día está archivando en la Biblioteca Nacional.
Surreal o no, cien años y aún vivo.
Alberto Roblest