By hola | Published | No Comments
“¡Aquí estamos y no nos vamos!”
Son cientos, miles, han salido de las cocinas cochambrosas donde trabajan, de los jardines, de los campos bajo el rayo del sol, de los basements en las casas de los ricos, de Wall Street que trafica con su economía, del costo político, de la nada.
“¡Aquí estamos y si nos echan regresamos!”
Regresamos porque el hambre es brutal, la miseria es ominosa, la pobreza terrible y las disparidades económicas extremas. Aquí estamos, no para ver el Obelisco, remar en el Potomac o visitar la Galería Nacional. Estamos aquí para protestar por otro estatus legal, por un mejor trato, una vida digna y un futuro para nuestros hijos. Somos el resultado de las políticas económicas aplicadas en Latinoamérica, de la guerra sucia, de la guerra de baja intensidad, de la falta de democracia en países desolados, conquistados, golpeados, espiados.
Aquí están, allá vienen, brotan del subsuelo por decenas; gritan desde lo profundo de sus gargantas lo mismo en inglés, que en español: “Legalización” “Reforma”
“Alto a la persecución al inmigrante”… “Piedad…”
Familias enteras tomadas de la mano, grupos de mujeres, de amigos que ríen y celebran como en una fiesta. Gente, gente y más gente saliendo de las estaciones del metro para integrarse al contingente, salen de todas las calles, de las sombras; vienen con sus hijos, con los abuelos y los tíos. Vienen todos; juntos los veinte que comparten un departamento de dos recámaras, un sucio sótano, los que se esconden en cuartos de servicio doméstico donde son esclavos. Pero también los que están saliendo para hacerse novios, los que acaban de llegar y no hablan inglés pues en sus pueblos no hay escuelas, libros, computadoras, quizá una iglesia, un palacio municipal y un jardín central de pasto seco y árboles raquíticos.
Portan banderas, tambores, panderos, gorros, matracas, los colores de sus países, visten camisetas con leyendas como: “Ser ilegal no es ser criminal” “Contribuyo con mi trabajo y después con mi dinero a la economía norteamericana” “El ilegal es también un ser humano” “Latino Power, Yeah!”
Son los sin nombre, sin rostro, de papeles falsos y voz muy baja, son los ilegales; esta vez a la luz del día y el rostro descubierto. Somos todos, pero tampoco estamos solos, dado que también, codo con codo, apoyando los de siempre; estudiantes, profesores, lideres sociales y representantes de las diferentes organizaciones que en Washington DC auxilian a los pobres, a los sin casa y a los inmigrantes. Por supuesto, no podían faltar, los agentes de la migra infiltrados tomando fotos y video a discreción desde anteojos oscuros y carros negros, intercambiando claves en sus radios.
¿Cuántos son en realidad estas gentes cuyos pasos rebotan en las fachadas de los edificios oficiales? ¿Dónde se meten durante el día? ¿Dónde viven?¿Quiénes son? Se preguntan las demás personas que miran extrañados a la multitud que se ha reunido aquí para protestar en lo que será una marcha hasta el Congreso. Las personas desde las aceras no alcanzar a entender y miran atónitos, así como los turistas. “¿Protestar? ¿Pero que no son ilegales…?”
En efecto, todos, o la mayoría al menos. Ilegales y su trabajo de llegar aquí les costó, como a los Pilgrims, eso que ni qué. Ya cruzando el desierto, saltando el muro fronterizo, viajando varios meses en contenedores metálicos, pero también en cajuelas de autos, empaquetados en cajas, dentro de trailers donde se transportan pollos, cerdos o plátanos. En avión, en tren, por tierra y por debajo de la tierra también, quién sabe como.
“¿Acaso es un crimen escapar del hambre y la marginación?” responde un joven de piel muy oscura a una reportera. El tráfico se haya desquiciado, se oyen claxonazos, aullidos de sirena, un par de helicópteros sobrevuelan arriba, policías y más policías. Pasa un BMW gris, desde el que alguien grita enfadado, seguramente por el embotellamiento:
-¡Ojalá y los encierren a todos y los regresen a sus países…! ¡Partida de mugrosos!
De respuesta silbidos: “¡Jódete imbécil!”- grita alguien en un inglés perfecto. Por supuesto el tío del auto gris no sabe lo que dice, pienso. Dado que éstas gentes junto a mí, detrás de mí y delante de mí por no sé cuántos bloques más, son los que hacen el trabajo sucio, no sólo de ésta ciudad, sino de la sociedad norteamericana en su conjunto; limpiando baños y pasillos de oficinas, caños, partiendo cebolla y carne en las cocinas, pizcando vegetales en los campos de Virginia y otros lados, en las fábricas, en la construccion, en las bodegas, en los sótanos, sí, hablamos de trabajo duro y macizo, el que nadie quiere hacer. Aunque también trabajo barato, sucio, mal pagado, encubierto de abuso y enriquecimiento ilícito. “Aquí estamos y si nos echan regresamos.”- gritan, es un gran eco, como una onda que nos envuelve. Se me enchina la piel, no puedo negar que es emocionante y pegador. Como la música de los “Tigres del Norte” que tocarán para esta masa de la que se sienten parte. Nos rodea un ejército de policías que se aprestan a dirigir el tráfico y cerrar las calles aledañas. Me topo con Mario, un joven muy risueño al que conocí hará cosa de cinco años en “Casa de Maryland”, una organización que ayuda a los inmigrantes.
-¡Hola Mario! ¿Cómo va todo?
-Así así, ya sabes, trabajando, que se puede hacer- responde mi amigo.
Nos saludamos, conversamos un rato sobre nuestras respectivas vidas y ya al final lo veo alejarse, justo al momento de llegar a Constitution, donde un grupo muy animado de salvadoreñas se nos une con una gran bandera norteamericana. Mario es guatemalteco y no puede regresar a su país, dado que los mismos que mataron a sus dos hermanos, lo quieren matar por viejas rencillas que datan de la época de la guerra civil.
Tiene quince años sin ver a su madre, padece una enfermedad en los oídos aunque no tiene seguro médico y trabaja seis días a la semana ocho horas cada día. Quisiera estudiar para auxiliar de radiólogo, aunque no puede, quisiera perfeccionar su inglés pero no tiene tiempo, quisiera viajar aunque se muere de miedo por zozobra a la deportación… y como él, los demás, los miles que hoy marchan en esta ciudad capital de un país hecho por inmigrantes.
Estamos ahora frente al Smithsonian, es el final del recorrido, aunque quizá no el final último de éste movimiento –como le llaman ya- dado que hasta el día de hoy, aproximadamente más de un millón de personas han protestado a lo largo y ancho de la Unión Americana. La música de los Tigres comienza a salir de las bocinas y el acordeón se ensancha y se contrae atragantándose de viento. Alguien baila, alguien más. La tarde cae lentamente y la multitud, como llegó, comienza a desaparecer, discretamente, sin hacer ruido, como por arte de magia, entre las sombras… En minutos, nadie.
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fotos de Rick Reinhard